Tema central
NUSO Nº 281 / Mayo - Junio 2019

La nueva izquierda chilena

Tras la transición comandada por una alianza de centroizquierda que tuvo como pilares a socialistas y demócrata-cristianos, en Chile emergió una nueva izquierda, producto en gran medida de las movilizaciones estudiantiles de 2011, que se articuló sobre todo en el Frente Amplio. Esta nueva izquierda es un producto tanto de los fracasos como de los éxitos de las políticas de los últimos años, que han conllevado profundos cambios en la sociedad y han dejado ver las deudas pendientes, especialmente en términos de desigualdades y privatización de la vida social.

La nueva izquierda chilena

En muchos sentidos, Chile fue un ejemplo para el mundo progresista en los años 90 y primeros 2000. El ingreso promedio de los hogares se duplicó en una década. Entre 1990 y 2013 la pobreza se redujo en 80%, gracias a una combinación de crecimiento económico sostenido y políticas redistributivas (especialmente a partir de 2000). Incluso la desigualdad de ingresos, si bien seguía siendo la más alta de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (ocde), se reducía lentamente, sobre todo por el crecimiento económico de los sectores más pobres1.

Estos resultados se produjeron bajo el gobierno de una coalición de centroizquierda, que había agrupado a la oposición a la dictadura de Augusto Pinochet: la Concertación de Partidos por la Democracia, que incluyó al Partido Demócrata Cristiano y al Partido Socialista, junto a más de una decena de fuerzas más pequeñas. Durante la década de 1990, cuando Pinochet permanecía plenamente vigente en el debate público, una buena parte del éxito político de la Concertación se midió por su capacidad de contener un resurgimiento de los militares. Esta contención se enmarcó en lo que llegó a conocerse como la «política de los consensos» y se traducía en un esfuerzo permanente por generar acuerdos legislativos y programáticos, solo avanzando en aquello que se consideraba el «común denominador» entre la Concertación y la oposición de derechas. Al respecto, en 1997, el reconocido sociólogo chileno Tomás Moulian sacudió algunos de los cimientos del proyecto concertacionista con su libro Chile actual. Anatomía de un mito2. Allí plasmaba lo que posteriormente se volvería el lugar común de las críticas a los años 90 y tempranos 2000. Bajo el manto de la victoria del plebiscito que puso fin a la dictadura en 1989 y el éxito económico innegable, se escondía un modelo económico y social heredado de la dictadura. El mito de la «transición más exitosa del mundo» empezaba a mostrar sus primeras grietas.

Es imposible explicar la emergencia de una nueva izquierda en el plano político chileno sin pensarla en el marco de un largo proceso de desgaste de la histórica coalición de centroizquierda. En parte –aunque difícilmente lo reconocerían los integrantes de la Concertación y de la nueva izquierda–, esta emergencia solo se entiende en el contexto de los logros y fracasos económicos y políticos de la Concertación. Como se explicará más adelante, el sorprendente crecimiento económico de Chile trajo cambios en la estructura productiva y social del país que derivaron en la aparición de nuevos actores sociales y demandas que en parte explican a esta nueva izquierda. Por otro lado, el inesperado crecimiento de la nueva izquierda y su coalición política implica la negación de las principales tesis que fueron defendidas por la otrora exitosa apuesta electoral de centroizquierda. La nueva izquierda chilena es un monumento tanto a los logros como a los fracasos de la Concertación.

La nueva izquierda nace de la confluencia de al menos dos corrientes: una parte de quienes históricamente intentaron crear una alternativa política situada la izquierda de la Concertación (Partido Humanista y Partido Ecologista, entre otros), denominada en ocasiones la «izquierda extraparlamentaria», y los nuevos movimientos que emergen de la movilización estudiantil de 2011. Estos últimos, surgidos al calor de la movilización más grande desde el fin de la dictadura, terminan liderando el proceso de consolidación de una nueva coalición, el Frente Amplio (fa), que remece los equilibrios políticos precedentes.

La movilización estudiantil y Nueva Mayoría

El modelo de educación implementado en Chile fue instaurado durante la dictadura, principalmente a través de las reformas legales de 1981. Al igual que en el sistema económico en su conjunto, en el subsistema educacional las máximas de competencia y emprendimiento privado se volvieron casi un dogma. Este sistema logró aumentar sustancialmente la cobertura en educación superior, que pasó de 16% a 46% entre 1990 y 20113. Sin embargo, justamente este crecimiento es una de las razones que explican las fuertes movilizaciones de 2011. Las contradicciones del sistema de educación superior llegaron a involucrar a una proporción nunca vista de la población chilena. Millones habían depositado su confianza y sueños en las manos del sistema educacional y lo que encontraron distaba radicalmente de lo esperado. La promesa de menores costos de la educación superior y mayor eficiencia en el gasto estuvo lejos de cumplirse. De hecho, Chile llegó a tener la educación más cara del mundo –ajustada por el ingreso per cápita– y los aranceles seguían creciendo. Así, por ejemplo, solo entre 1997 y 2009 los aranceles tuvieron un crecimiento real cercano a 60%4. Sin embargo, el aspecto en que más notoriamente falló este esquema de mercado es en la calidad. Esta situación configuró un sistema de educación superior que mantiene una elite, ya no tanto limitando el acceso, sino estableciendo diferenciaciones por tipo de institución y programa al que se accede5. Según algunos informes, 39% de los titulados de la educación superior obtenían retornos negativos una vez incorporados al mundo laboral. Es decir, para dos de cada cinco titulados, haber estudiado los hacía más pobres6.

Las contradicciones del sistema educacional chileno cristalizaron en un malestar generalizado con un modelo económico que hasta ese momento parecía un tema tabú en los consensos de la transición posdictatorial. Así, para el periodo 2009-2010, alrededor de 19% de las movilizaciones planteaban demandas de transformación político-estructural, mientras que este tipo de reivindicaciones aumentó a 45% entre 2011 y 20127. El desgaste de los pilares que habían permitido a la Concertación dirigir el país se expresa con mayor claridad en una creciente desconfianza hacia la elite. Según el Barómetro de la política del Centro de Estudios de la Realidad Contemporánea (cerc-mori), la caída en los niveles de confianza afecta prácticamente a todas las elites –políticas, económicas y culturales–8. Esta desconfianza se puede explicar, en parte, por crecientes conflictos entre las demandas mayoritarias de la población y los márgenes de acción que permitía la política de los acuerdos. Así lo sugieren los datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (pnud), que indican que más de 70% de la ciudadanía se manifiesta en favor de que el Estado se haga cargo de salud, educación y pensiones, frente a una elite que solo lo apoyaba minoritariamente (menos de 30%)9.

El terremoto social de 2011 sacudió la política chilena10. Por un lado, los tres principales dirigentes del movimiento estudiantil –Camila Vallejo, Giorgio Jackson y Gabriel Boric– se volvieron líderes de opinión con incidencia nacional. Los tres llegaron al Parlamento en 2014 y consolidaron así el arribo de una nueva generación que nunca vivió en carne propia la dictadura. Por otro lado, el impacto de las movilizaciones sociales de 2011 fue tan relevante que alteró la propia composición de la Concertación. Con la conciencia de que el momento político había cambiado, sus principales líderes se reagruparon en un proyecto que sobrepasara lo alcanzado en el primer par de décadas. Nació así Nueva Mayoría, que se forjó con la incorporación del Partido Comunista –en el que logró ocupar un lugar destacado Vallejo– y tuvo como líder a Michelle Bachelet. En 2014, Nueva Mayoría llegó al gobierno con un ambicioso programa y una mayoría parlamentaria nunca vista en ambas cámaras.

El nuevo gobierno empujó la barrera de lo que se podía discutir en Chile. Además de importantes cambios al sistema educacional, entre muchas otras reformas icónicas se encuentra haber legalizado el aborto en tres causales, legislado la unión civil entre personas del mismo sexo y para parejas heterosexuales, una reforma tributaria que morigeró los beneficios tributarios de las grandes empresas y el fin del sistema electoral (binominal) forjado por la dictadura. Sin embargo, desde sus primeros momentos, el gobierno se vio enfrentado a permanentes dificultades de gestión política. En particular, a poco andar la dirigencia demócrata-cristiana dejó en claro su oposición a varias de las iniciativas que impulsaba el gobierno11. El momento en que esto se cristalizó con mayor claridad fue durante la discusión de la reforma tributaria. Pese a tener la mayoría en ambas cámaras, Nueva Mayoría terminó negociando con la derecha la aprobación de un proyecto alternativo. Para muchos, fue la reedición de la política de los consensos de los años 90. Esta percepción tomó forma con la expresión adoptada por un senador demócrata-cristiano de larga trayectoria que lideró las negociaciones: «No todo el mundo puede estar en la cocina»12. Pese a todo lo logrado por el gobierno de Nueva Mayoría, su coalición quedó irremediablemente herida al exponerse las profundas diferencias internas que existían una vez que se abría el ámbito de discusión más allá de la política de los consensos.

El nacimiento del fa y las elecciones de 2017

Cuando Nueva Mayoría asume, en 2014, incluye en la coalición de gobierno a quien fue posiblemente la dirigente más conocida de 2011: Camila Vallejo. Los otros dos principales dirigentes (Jackson y Boric) no se incorporan. Sin embargo, el partido de Jackson, llamado Revolución Democrática (rd), acordó apoyar los proyectos de reforma educacional y algunos aspectos adicionales del programa de gobierno. Es probable que en sectores de Nueva Mayoría y rd existiera la creencia de que esta «colaboración crítica» pudiera ser un primer paso hacia una convergencia más sustancial. Esto implicó un enfriamiento en las relaciones entre rd y otros aliados de las movilizaciones de 2011, que se ubicaron como oposición a Nueva Mayoría. Sin embargo, las proyecciones de convergencia entre rd y la coalición de gobierno se volvieron crecientemente menos viables. En 2016, se terminó de concretar un nuevo germen de alianza, con el acercamiento entre rd y otros movimientos de origen estudiantil que adoptó el nombre de Frente Amplio. El fa continuó su consolidación con la unión de este primer núcleo con la izquierda extraparlamentaria y otros movimientos y partidos, y un hecho decisivo fue la conquista de la Alcaldía de Valparaíso. Esta victoria se produjo de la mano del militante del Movimiento Autonomista y ex-dirigente estudiantil Jorge Sharp.

Valparaíso jugó un rol central porque, por un lado, ayudó a despejar la imagen de izquierda sin posibilidades electorales con que cargaban las apuestas políticas por fuera de la Concertación y Nueva Mayoría. Por otro lado, la forma en que la coalición se organizó tras la candidatura de Sharp funcionó como esquema para la contienda nacional del año siguiente. Sharp obtuvo más votación (53,8%) que Nueva Mayoría (22,4%) y la derecha (22,6%) sumadas. Esto reforzó la noción de que en Chile podría ocurrir un desborde electoral por fuera de los márgenes «noventeros». Es más, existía la sospecha de que la apuesta del gobierno de desplazar el discurso hacia el centro (lo que las autoridades gubernamentales llamaron una estrategia de «realismo sin renuncia»), bajo las presiones demócrata-cristianas, no captaba los recientes cambios en la sociedad chilena. Sharp sintonizó con una demanda ciudadana por lo nuevo –contra las viejas estructuras políticas– y esto hizo posible que su plataforma fuera mucho más que una suma lineal de estructuras orgánicas. Este clima permitió reposicionar la discusión en el eje elite/ciudadanía, además de izquierda/derecha. Ya no se trataría solo de una pelea interna entre distintos sectores de la política tradicional –ese lugar que alegóricamente se representaba como una cocina donde no caben todos–, sino de una apuesta por expandir las fronteras de la política.

La victoria en Valparaíso generó importantes expectativas y una creciente convergencia de la izquierda extraparlamentaria, la nueva izquierda estudiantil y una multiplicidad de colectivos que se sintieron convocados. Así, cuando a comienzos de 2017 se lanzó oficialmente el fa, este logró sumar 14 movimientos y partidos políticos. Pese a que los pronósticos electorales no fueron auspiciosos, la nueva coalición logró consolidarse con un impresionante resultado en las elecciones presidenciales (en las que quedó solo dos puntos por debajo del candidato de la ex-Nueva Mayoría) y parlamentarias (en las que obtuvo 20 diputados y un senador). ¿Cómo explicar este resultado en las elecciones de 2017?Si hubo un hecho notable en estas elecciones es que, por primera vez desde que terminó la dictadura, se quebró el histórico eje socialista/demócrata-cristiano que dio vida a la Concertación. Esta alianza buscó superar lo que algunos consideraron una experiencia fallida en la Unidad Popular de Salvador Allende: el tensionamiento entre la izquierda y el centro. Y a esto se sumó un contexto mundial, los años 80 y 90, en el que las izquierdas sentían el fracaso del socialismo real, perdían influencia en las clases trabajadoras y veían emerger los denominados «valores posmateriales» y los desplazamientos ideológicos de la «tercera vía». La alianza se basaba, también, en una particular lectura de las divisiones ideológicas de la sociedad chilena: la población se distribuiría en forma de campana de Gauss en términos de adhesión en el eje izquierda/derecha. Es decir, la mayoría se concentraba en el centro político y, mientras más lejos de este, menor sería el apoyo en la población. Siguiendo esta lógica, la Democracia Cristiana decidió emprender su «camino propio» y salirse de Nueva Mayoría, a la que consideró demasiado corrida a la izquierda debido a la incorporación del Partido Comunista y al impulso reformista del gobierno de Bachelet. El camino propio –pensaba la dirigencia de la Democracia Cristiana– permitiría recuperar su influencia política apelando a un supuesto «votante de centro» que habría quedado «huérfano». Sin embargo, el resultado electoral del partido terminó siendo paupérrimo: se redujo fuertemente su presencia parlamentaria y la candidatura presidencial obtuvo el quinto lugar en preferencias. Esto parece reflejar que, si bien esta aproximación a la distribución de preferencias ideológicas podía acercarse a la realidad a comienzos de la transición de los años 90, este contexto habría cambiado. Así, la siguiente tabla presenta el nivel de identificación en el eje izquierda/derecha para 1993 y 2017:

Se puede observar una fuerte caída en la identificación con todos los elementos del eje izquierda/derecha, especialmente en la centroizquierda, centro y centroderecha. Así, los que no se identifican con este eje pasan, en el periodo descrito, de 11,5% a 48,6%.

Este hecho (que se observa en muchos otros estudios) permite mirar con otra luz la apuesta de camino propio de la Democracia Cristiana. En definitiva, los votantes en el largo ciclo electoral se alejan de los referentes políticos de los años 90, pero lo que los motiva no parece ser la búsqueda de un «centro» perdido. En este sentido, el ejemplo de las elecciones de alcalde de Valparaíso parece ser icónico en una tendencia que se consagró en las elecciones de 2017: una migración importante hacia una votación distinta de los dos bloques tradicionales, pero que parece difícil de encuadrar en el clásico clivaje del eje izquierda/derecha. ¿Cuál sería este eje nuevo que empuja los cambios políticos en Chile?

En el mundo, y en Chile, el debate político desde finales de la década de 1980 se ha definido por la creciente preponderancia de las clases medias en la mayoría de las democracias. Vale decir, los hijos de la clase trabajadora que, gracias a nuevos accesos a la formación técnica y profesional, han logrado superar la barrera de la pobreza. En el caso chileno, el reciente desarrollo capitalista, posterior a la dictadura, estaría marcado por dos dinámicas que han definido a estas capas medias. Por un lado, el acceso al consumo, que ha traído patrones de conducta individualizantes y lejanos de proyectos comunitarios o colectivos. Por otro lado, y de modo paradojal, una fuerza democratizadora que ha empujado hacia crecientes demandas por derechos civiles y sociales. En Chile, el proceso neoliberal y la democratización se han implementado en conjunto y han penetrado la vivencia cotidiana de importantes segmentos de la población13. Ante este escenario han surgido, cada vez con mayor claridad, dos posiciones contrapuestas, que no se corresponden necesariamente con la traducción política tradicional del eje izquierda/derecha. La primera identifica como el principal nuevo desafío encontrar una manera de administrar las crecientes demandas de esta emergente clase media sin «matar a la gallina de los huevos de oro». El peligro consistiría en que esta nueva clase, disgregada e individualista, demanda «impuestos como en Estados Unidos, con un Estado de Bienestar danés»; es decir, se trataría de metas intrínsecamente inconsistentes. Desde esta posición política, se reclama que el gran error de Nueva Mayoría habría sido escuchar en demasía a los estudiantes movilizados en 2011, creyendo que sus reclamos realmente representaban un sentir mayoritario consistente y coherente. El colapso electoral de Nueva Mayoría y el triunfo de la derecha serían el resultado de esa mala lectura.

Un problema de esta interpretación es su ambivalencia sobre la conciencia colectiva de estas capas medias. Por un lado, asume un comportamiento esporádicamente homogéneo y consistente para las contiendas electorales y, a la vez, presume que no son capaces de entender sus condiciones estructurales, para hacerse cargo de ellas en el largo plazo. Traducida a las recientes elecciones chilenas, la contradicción en esta ambivalencia se podría resumir en la siguiente pregunta: ¿cómo explicar que en una misma elección la sorpresa haya sido el éxito tanto de la coalición que proponía la profundización del modelo de desarrollo actual (derecha) como la que más fuertemente proponía el cambio de rumbo (fa)?

En este sentido, toma fuerza la segunda interpretación sobre la «trampa de los países de ingreso medio»14. Desde esta perspectiva, el principal desafío en la actual etapa de desarrollo del país no consiste en contener a la emergente clase media, sino en superar a una elite que ha llegado a constituirse en torno de formas de producción rentistas. Un país puede crecer desde el ingreso bajo hasta el ingreso medio con esta forma de producción, pero difícilmente podrá hacerlo para avanzar hacia un ingreso alto. Por lo tanto, el principal desafío del momento sería incorporar a nuevos segmentos de la sociedad a los derechos sociales y, en general, a la toma de decisión sobre el modelo productivo. Esto sería tanto un proyecto de justicia como de eficiencia. De algún modo, el fa, en sus mejores momentos, logró encarnar esta visión sobre el proyecto de país.

Reflexión final: ¿qué es la nueva izquierda chilena?

Los resultados electorales han hecho que el fa comience a adquirir notoriedad. Esto ha traído comparaciones con otras agrupaciones políticas. En particular, se menciona con frecuencia al Frente Amplio uruguayo y a Podemos de España. La influencia del modelo de Podemos fue, pese a ciertas expectativas, más bien acotada: se puede observar en la noción de ocupar la centralidad del tablero, en lugar del centro, apelando al clivaje abajo/arriba más que a izquierda/derecha, y en la pretensión de ser una agrupación que sobrepasó los techos electorales históricos de la izquierda. Esto último se manifestó, por ejemplo, en la decisión de no declarar a la coalición como una fuerza únicamente de izquierda, sino abierta a distintas ideologías que compartieran un sustrato político común, lo que permitió ampliar los márgenes a agrupaciones que se definían de centro progresista, como el Partido Liberal. Sin embargo, el discurso frenteamplista rápidamente intentó superar las aristas más impugnadoras del referente español y mostrar una vocación de gobierno y convocatoria de mayorías prescindiendo de apelativos como el de «casta» política15.

La homonimia con el Frente Amplio uruguayo no es coincidencia. Bastante antes de formarse el fa chileno, Revolución Democrática ya planteaba como su desafío de mediano plazo conformar un «frente amplio», con el caso uruguayo como ejemplo paradigmático16. Al menos dos aspectos de este modelo llamaban la atención. Primero, la posibilidad de constituir una coalición amplia, más allá de la izquierda tradicional, pero con un programa que, comparado con el modelo económico y social de Chile, tenía un claro sello progresista. El modelo uruguayo contenía una amplitud orgánica similar a Nueva Mayoría (desde el Partido Comunista hasta la Democracia Cristiana), pero asignando al Estado, como garante de ciertos derechos sociales, un papel mucho más relevante que el chileno. Segundo, quizás lo fundamental en el modelo del Frente Amplio uruguayo, dada la experiencia con el gobierno de Nueva Mayoría, fue un modo de funcionamiento de la coalición que garantizara el cumplimiento de los acuerdos programáticos, junto con una participación de la militancia de base, en el marco de una «identidad frenteamplista» que traspasara las identidades partidarias. Esto permitía pensar en una directiva o un mandato programático que aunara la coalición en su diversidad.

Más allá de las comparaciones con otros referentes internacionales, los primeros años de vida del fa chileno han develado su principal falencia. Mientras que en las formas hay relativa claridad, en el terreno programático hay más preguntas que respuestas. Esto se ha exacerbado en dificultades para coordinar una bancada parlamentaria compuesta por un gran número de colectivos políticos. Este fenómeno no es propio de Chile y parece estar replicándose en varios referentes de la nueva izquierda en el mundo, pero en el caso chileno parece ser el epicentro de una discusión en torno de la emergencia de un nuevo actor social.

En los próximos años, la nueva izquierda chilena vivirá importantes momentos de definición. Su capacidad para demostrar que puede ser motor de un nuevo ciclo progresista para Chile dependerá de, al menos, dos elementos. En primer lugar, deberá convencer de que, además de encarnar un descontento con la forma en que se conduce el país y una demanda por renovación política, es capaz de formular nuevos consensos sociales, así como de retomar el mejoramiento de las condiciones materiales de la población, algo que en el pasado marcó a Chile. En segundo lugar, a medida que acceda a espacios de poder institucional, la nueva izquierda deberá mostrar suficiente capacidad de gestión política para, sin abandonar su vinculación con los movimientos sociales, articular una mayoría junto con la izquierda y la centroizquierda históricas. En definitiva, articular ese 50% más uno sin perder lo que le permitió llegar al escenario político en un primer momento. Para ambos desafíos, el municipio de Valparaíso jugará un rol central, como ejemplo de las capacidades de la coalición de llevar a la práctica lo que –hasta ahora– ha sido más bien voluntad y retórica. A veces, el acto más revolucionario es que un municipio saque la basura a tiempo y las luminarias funcionen adecuadamente. No basta con el ímpetu que permite ganar elecciones, como decía Max Weber; hay que saber gobernar horadando lenta y aburridamente duras tablas, con pasión y prudencia al mismo tiempo.

  • 1.

    Osvaldo Larrañaga y María Eugenia Rodríguez: «Desigualdad de ingresos y pobreza en Chile 1990 a 2013», documento de trabajo, PNUD Chile, 12/2014.

  • 2.

    lom Ediciones, Santiago de Chile, 1997.

  • 3.

    Malone Gabor y Jordan Bazak: «The Price of Free Education», Council on Hemispheric Affairs, 12/10/2016.

  • 4.

    Patricio Meller: Universitarios, ¡el problema no es el lucro, es el mercado!, Uqbar Editores, Santiago de Chile, 2011.

  • 5.

    Carlos Rodríguez Garcés y Víctor Castillo Riquelme: «Empleabilidad, ingresos y brechas: un análisis comparativo de los procesos de inserción laboral en Chile» en Orientación y Sociedad vol. 14, 2014, p. 3.

  • 6.

    Sergio Urzúa: «La rentabilidad de la educación superior en Chile. Revisión de las bases de 30 años de políticas públicas» en Estudios Públicos No 125, verano de 2012.

  • 7.

    PNUD: Desarrollo humano en Chile. Los tiempos de la politización, PNUD, Santiago de Chile, 2015.

  • 8.

    CERC-MORI: Barómetro de la política, 3/2015.

  • 9.

    PNUD: ob. cit.

  • 10.

    V., entre otras columnas, N. Titelman: «¿Qué pasó el 2011?: el derrumbe de la legitimidad de la élite» en El Mostrador, 1/7/2015.

  • 11.

    «Ignacio Walker: El programa no es la Biblia ni una camisa de fuerza» en Cooperativa.cl, 20/4/2014.

  • 12.

    «Andrés Zaldivar rechaza críticas al acuerdo tributario: ‘No todo el mundo puede estar en la cocina’» en The Clinic, 15/7/2014.

  • 13.

    Para un análisis detallado en este sentido, v. Carlos Peña: Lo que el dinero sí puede comprar, Taurus, Santiago de Chile, 2017.

  • 14.

    Daron Acemoglu y James A. Robinson: Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity, and Poverty, Profile Books, Londres, 2012.

  • 15.

    Por otra parte, en Podemos el eje izquierda/derecha retornó en las últimas elecciones, y se debilitó la apelación al clivaje entre la «gente» y la «casta».

  • 16.

    V., a modo de ejemplo, Nicolás Valenzuela y Carlos Figueroa: «Mirando a Uruguay: la posibilidad de un Frente Amplio en Chile» en El Mostrador, 14/3/2014.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 281, Mayo - Junio 2019, ISSN: 0251-3552


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