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Del altermundialismo a la indignación. Cronotopos del activismo político juvenil en Barcelona


Nueva Sociedad 251 / Mayo - Junio 2014

La oleada reciente de activismo juvenil en la escena internacional, vinculada al impacto de los novísimos movimientos sociales, las reacciones frente a la crisis financiera y la expansión de las nuevas tecnologías, se expresa en una serie de eventos cronotópicos, es decir, en acontecimientos emblemáticos que condensan los espacios y los tiempos de una sociedad determinada. Este artículo se aproxima a tales eventos a partir de un estudio de caso realizado en Barcelona. El análisis permite establecer un recorrido por los activismos políticos juveniles que explica el creciente desencuentro entre culturas políticas diferenciadas y la emergencia de nuevas formas de protesta.

Del altermundialismo a la indignación. Cronotopos del activismo político juvenil en Barcelona

Una mañana de finales de noviembre de 1994, los márgenes ajardinados de la barcelonesa Avenida Diagonal cercanos a los campus universitarios aparecieron abarrotados de cientos y cientos de tiendas de campaña instaladas en reclamo de una mayor solidaridad con los países pobres. La autodenominada «Acampada por el 0,7» –ideada y gestionada de manera asamblearia– consiguió congregar a más de un millar de activistas, ONG y ciudadanos que exigían al gobierno del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), presidido por Felipe González, que destinara 0,7% del PIB español a programas de ayuda humanitaria y desarrollo local en el Tercer Mundo. La Acampada del 0,7 presentó dos aspectos de enorme interés para el estudio de la reciente eclosión de nuevos movimientos sociales a lo largo y a lo ancho de la geografía mediterránea: a) fue organizada a través de redes sociales «tradicionales», lo que relativizaría el supuesto poder de movilización de las redes sociales virtuales; y b) la acción fue tolerada por la administración local, incluso con cierta simpatía, hasta la noche de Navidad, cuando la Acampada se trasladó al centro de la ciudad y terminó siendo reprimida porque se la consideró un elemento perturbador para la tranquilidad de los consumidores navideños si se cruzaban con una protesta social de tinte altermundista.

Dos años más tarde, el 28 de octubre de 1996, las fuerzas de seguridad desocupaban violentamente el cine Princesa ante un (hipotético) riesgo de derrumbe del edificio. Este, en otros tiempos sede del sindicato anarquista Confederación Nacional de Trabajadores (CNT), albergaba a varios grupos libertarios y anarquistas que habían transformado el inmueble en un centro social ocupado (CSO) abierto las 24 horas, donde se solía ofrecer comida caliente a las personas necesitadas y en donde también se celebraban conferencias, talleres de índole diversa, así como proyecciones de documentales de marcada temática social y política. Durante el desalojo del cine Princesa, 14 jóvenes okupas resultaron heridos como consecuencia del uso de la violencia por parte de las fuerzas y los cuerpos de seguridad del Estado, mientras que otras 48 personas fueron detenidas y juzgadas como terroristas, para ser encarceladas y finalmente absueltas en 2003.

La Acampada por el 0,7 de finales de 1994 y el desalojo del cine Princesa en octubre de 1996 permiten entrever, en efecto, dos maneras de entender la protesta social en Barcelona. La primera de ellas podría ser entendida como un protomovimiento de indignación de naturaleza reformista que exige respuestas a las crecientes desigualdades derivadas de los procesos de globalización y de la eclosión de un hipermodernizado Tercer Mundo en la Europa del Sur, como resultado de la aplicación de la agenda política y económica neoliberal. El segundo episodio, entendido como la resistencia de activistas frente a la violencia estatal en el desalojo del cine Princesa, fue protagonizado por un movimiento altercapitalista y alterglobalización que exploraba nuevas formas de resistencia frente a las estrategias llevadas a cabo por los aparatos ideológicos del Estado penal neoliberal, fundamentadas no tan solo en el ostracismo mediático y ciudadano de la represión, sino, sobre todo, a través de la criminalización de ser joven y activista altercapitalista1. Sin embargo, y a pesar de converger en el seno del movimiento de los indignados de 2011, un análisis de la trayectoria del activismo juvenil en España a lo largo de la última década permitiría entrever divergencias y fracturas entre aquellos protestantes que podrían ser catalogados como «reformistas» y aquellos otros agrupados bajo la etiqueta mediática de «anticapitalistas radicales»2.

Cinco acontecimientos cronotópicos del activismo político juvenil en la Barcelona contemporánea3

A lo largo de estos últimos años en los que la designada como «juventud apática» parecía ser mayoría, algunos grupos activistas plantearon nuevas formas híbridas de oposición política en el espacio público, combinando el activismo tradicional en la calle con el activismo en el espacio virtual. Se trata de grupos de activistas transversales en términos generacionales así como en relación con el género (el desafío a la heteronormatividad patriarcal de los movimientos sociales en España debe ser vista como una gran novedad), e incluso en lo referente a lo político, ya que incluyen un variado elenco de posicionamientos ideológicos para contribuir a la lucha de clases (de abajo a arriba). En este sentido, los acontecimientos cronotópicos expuestos a continuación tienen como objetivo, por una parte, mostrar el sobresalto expresado por la generación dominante (adulta) ante un creciente activismo juvenil y, por otra, explorar las divergencias y fracturas que han ido apareciendo a lo largo de estos últimos diez años en el seno de este mismo activismo político juvenil. En el caso de Barcelona, además, cabría señalar que la movilización de naturaleza altercapitalista se encuentra fuertemente conectada con la(s) memoria(s) local(es) de resistencia político-social de signo, por lo general, anarquista: a inicios del siglo XX, la capital catalana era conocida como la Rosa de Fuego. De ahí que en las últimas dos décadas Barcelona haya sido una de las capitales mundiales del movimiento alterglobalización, a la vez que ha albergado un muy consolidado movimiento okupa y se ha transformado en un escenario de protestas estudiantiles «anti-Bolonia», contra la construcción de un espacio común europeo de educación superior de claro tinte neoliberal.

Cronotopo 1: Cumbre del Banco Mundial en Barcelona (2001). Después de años de desmovilización social y de la emergencia de la generación «Ni-Ni», la protesta contra la Cumbre del Banco Mundial (BM) aparece como una de las mejores expresiones visibles de los procesos de radicalización de una franja importante de la juventud catalana y de la irrupción de una nueva generación militante4. Organizada por el Movimiento de Resistencia Global en Catalunya (MRG), la campaña contra el BM fue llevada a cabo por un amplio conjunto de redes y organizaciones que abarcaban un espectro ideológico-social muy amplio cuyos elementos tendían a converger. Este conjunto se encontraba articulado no tanto como plataforma de organizaciones, sino a partir de asambleas y comisiones de trabajo abiertas, en las cuales cada persona actuaba a título individual y no como representante de ninguna entidad. Esta era la forma organizativa que mejor encajaba con la realidad del movimiento en Catalunya por aquel entonces, con un peso muy grande de las redes informales y de la gente no encuadrada.

El MRG pretendía conjugar varios tipos de actividades con objetivos diferentes (foro alternativo, manifestación de masas, jornada de acción directa, etc.), a la vez que intentaba fusionar experiencias de resistencia y contestación político-social, buscando una perspectiva inclusiva de todas las organizaciones e individuos que, por aquel entonces, confluían en el MRG. Este tipo de aprendizajes, de habitus incorporados en esta clase de intersticios cronotópicos, son esenciales para entender la aparente espontaneidad de la organización de la posterior acampada de mayo de 2011. Sin embargo, y a pesar de la convergencia en torno de unas premisas y unos objetivos concretos, aparecieron las primeras tensiones derivadas de la existencia de culturas políticas distintas y de algunas desconfianzas mutuas entre algunos sectores.

La manifestación se desarrolló en un clima de violencia de baja intensidad a pesar de la militarización del dispositivo policial y de la creciente aplicación de políticas de «tolerancia cero» desde los aparatos de gobernanza urbana de la «ciudad neoliberal». La ausencia de un clima de violencia como el que caracterizó las protestas en Génova durante la tercera semana de julio de 2001 favoreció la legitimación social del movimiento, lo que conllevó a una rápida extensión del apoyo con un elevado significado local. Sin embargo, la actitud pacífica por parte de los manifestantes en las protestas contra la cumbre del BM en Barcelona fue rápidamente apropiada por el alcalde Joan Clos, quien consideró que la masiva protesta «antiglobalización» constituía un ejemplo más del «civismo tradicional» (sic) de los barceloneses: esto, a su vez, formó parte de la campaña municipal cívica «Barcelona, fem-ho bé» (Barcelona, hagámoslo bien).

Barcelona, la ciudad cosmopolita que atrae el mayor número de estudiantes Erasmus de la Unión Europea, ya se había convertido en una suerte de Seattle del sur de Europa. A partir de ese momento, la capital catalana devino un modelo de «civismo» y «participación ciudadana» en la expresión de descontento de la población frente a sucesos globales, como la Guerra de Iraq, y convirtió esas mismas expresiones en grandes desfiles festivos, carnavalescos (el cantante Carlinhos Brown y su tropa aterrizarían en la ciudad dos años más tarde). De ahí que el carácter «cívico» de la protesta comportara su «institucionalización» y, por ende, su despolitización. Todo ello ayudó a invisibilizar en la memoria y la representación del evento cronotópico tanto a sus organizadores como su motivación: el altermundismo.

Cronotopo 2: protestas contra la Guerra de Iraq (2003). El segundo evento cronotópico considerado nos sitúa en las manifestaciones que fueron convocadas por la Plataforma Aturem la Guerra durante la primera mitad de 2003 contra la segunda Guerra de Iraq, en la que el gobierno español decidió (ilegalmente) participar. Bajo el lema «Detener la guerra es posible», más de un millón de personas en Barcelona –350.000 según la delegación del gobierno español– se manifestaron contra la guerra y contra la participación de su país en el conflicto armado. De nuevo, como en las manifestaciones contra la cumbre del BM, la protesta masiva se disolvió pacíficamente. La manifestación contra la Guerra de Iraq del 15 de febrero de 2003 consolidó el modelo de protesta que los gobiernos municipales deseaban. Familias y gente de todas condiciones unidas en un clamor: un modelo de participación «cívica», pacífica (¿inofensiva?), performativa y carnavalesca, aparentemente organizada por la llamada «sociedad civil», de la que obtenían beneficio los partidos opositores al gobierno conservador del Partido Popular (PP) –socialistas y ex-comunistas–. La protesta se tornó, de esta forma, «políticamente correcta», inculcó una determinada forma de entender la ocupación del centro urbano y consiguió desactivar el objetivo pretendido por los activistas juveniles radicales que organizaron la oposición al encuentro del BM en 2001: el socavamiento del orden político económico que los condenaba a un escenario de «no futuro», oculto por los efectos indirectos de la aparente bonanza económica asociada a la tercera burbuja inmobiliaria (1995-2007).

Así, a partir de estos dos hechos concatenados y entendidos como una secuencia casi ritualística de eventos cronotópicos, dos verdades se volvieron sólidas desde los mecanismos discursivos del poder. En primer lugar, la consideración de los jóvenes como actores apolíticos que viven a costa del Estado de Bienestar que la generación de sus progenitores tanto luchó por conseguir; así, se les aplicó, una vez más, la etiqueta peyorativa y criminalizadora de «Ni-Ni». En segundo lugar, la marginalización de los movimientos políticos más combativos, protagonistas de protestas «no toleradas» –en términos de Charles Tilly–; relegados a un plano testimonial en el ámbito mediático y en la esfera pública, fueron rápidamente catalogados como «antisistema», «violentos» y «anarquistas»5. De esa manera, la street politics fue apropiada por movimientos sociales creados desde los órganos directivos de la sociedad civil que aseguraban la legitimidad de los regímenes democráticos (neo)liberales y condenaban a la incomprensión a los activismos contrarios al discurso dominante sobre la situación (precaria) juvenil6.

Cronotopo 3: movimiento estudiantil anti-Bolonia (2008-2009). El tercer cronotopo está constituido por el ciclo de protestas estudiantiles que tuvieron lugar entre 2008 y 2009 en las universidades españolas contra la instauración del actual Plan Bolonia, que tiene como objetivo lograr la excelencia de la enseñanza universitaria y adaptar la currícula a las necesidades de las empresas7. Las propuestas de semiprivatización de la universidad pública conllevaron el surgimiento de numerosas protestas, que deben ser contempladas como la primera señal clara y visible de la división de los sindicatos y movimientos estudiantiles en dos grandes grupos: reformistas y radicales. El 20 de noviembre de 2008, el vestíbulo del Rectorado de la Universidad de Barcelona apareció repleto de mobiliario reciclado, paneles con carteles y panfletos; incluso en un rincón se puso en pie una «biblioteca alternativa». Rápidamente, el gobierno desplegó una campaña mediática para contrarrestar la postura de los estudiantes8. Las autoridades universitarias, los portavoces políticos, los opinadores oficialistas y los medios de comunicación descalificaron las bases argumentales del movimiento estudiantil e intentaron proyectar una imagen distorsionada de la protesta y de sus protagonistas. De nuevo, los mismos estigmas: antisistema, anarquistas, violentos…

Finalmente, los cuerpos de seguridad autonómicos desalojaron el Rectorado el 17 de marzo de 2009, con un saldo de seis detenidos, 16 denunciados por desobediencia y 21 heridos entre los 53 estudiantes que se negaban a aceptar las propuestas de diálogo del rector. Los argumentos para el desalojo fueron los habituales en los casos de protestas y desobediencias civiles no toleradas y «políticamente incorrectas». Así, en un comunicado de prensa del Rectorado se afirmaba que «la ocupación del edificio ha derivado en una situación de riesgo marcada por un clima de provocación y deterioro de la convivencia» y «la imposibilidad de garantizar las condiciones mínimas de seguridad, tanto de las personas como del patrimonio»9. Como en el caso del cine Princesa, la operación se llevó a cabo de madrugada, institucionalizando un proceder policial contra los jóvenes «violentos», «antisistema» y «anarquistas». Al día siguiente, la manifestación convocada por la Coordinadora de Asambleas de Estudiantes en el centro de la capital catalana fue reprimida con mayor violencia, lo que provocó una veintena de heridos.

En el casco antiguo de la ciudad se desarrolló durante más de una hora una batalla campal, lo que les sirvió a los medios de comunicación para criminalizar las protestas radicales y confrontar a unos estudiantes «pacíficos» (representados por el Sindicato de Estudiantes de los Países Catalanes, mayoritario en los claustros de las universidades catalanas, que finalmente aceptó las propuestas de diálogo de las autoridades universitarias) contra otros, los «violentos» (representados por la Coordinadora de Asambleas de Estudiantes, que continuó con las movilizaciones y nunca acató el resultado de las negociaciones para la implementación del Plan Bolonia, continuando con la denuncia de las políticas neoliberales ejecutadas por los órganos de gobierno de los centros universitarios). Se fracturaba así el frente común reivindicativo y se daba luz verde a la continuidad de las represalias policiales y judiciales contra los «violentos», mientras se premiaba a los políticamente correctos, los «pacíficos». De ahí que esta fractura deba ser considerada como uno de los efectos más significativos de este evento cronotópico. En definitiva, la fractura que ya se intuía entre los sindicatos de trabajadores (adultos) se trasladó a los sindicatos juveniles estudiantiles. La ruptura del frente común adquiría características transversales también en lo generacional.

Cronotopo 4: los jóvenes en la huelga general en España (2010). Esta ruptura entre reformistas y radicales en los movimientos estudiantiles y su transversalidad en lo generacional se consolida en septiembre de 2010 con la celebración, el día 29 de ese mes, de la huelga general convocada por los principales sindicatos oficialistas del país (Comisiones Obreras –CCOO– y Unión General de Trabajadores –UGT–) contra la reforma laboral y los recortes de derechos relativos al sistema público de pensiones impulsados por el gobierno socialdemócrata de José Luis Rodríguez Zapatero.

Las dos centrales sindicales accedieron a convocar la huelga por temor a que el anarcosindicalismo tomara protagonismo en la lucha social contra la opresión neoliberal, como estaba ocurriendo en los centros de trabajo. La organización por parte del sindicalismo oficialista garantizaba, a ojos de los órganos decisorios del Estado y de la sociedad civil, la despolitización de la jornada de lucha obrera. En Barcelona, el mismo día que en Madrid miles de manifestantes intentaban rodear el Congreso de los Diputados, unos 300 miembros de grupos de activistas altercapitalistas (englobados por el autodenominado «Movimiento 25-S») ocuparon la antigua sede del Banco de Crédito Español, situada en la céntrica Plaza Catalunya. En su interior, se programaron debates, conferencias, actos culturales y lúdicos, así como un comedor popular.

El día de la huelga general, las organizaciones «radicales» (en su mayoría formadas por jóvenes) se concentraron en los Jardines del Paseo de Gracia y marcharon hacia la sede del Banesto en Plaza Catalunya. Durante las dos horas de marcha, se registraron las primeras cargas policiales como respuesta a inhabilitaciones de cajeros automáticos, quema de contenedores de basura, etc. Al mediodía, mientras unas pocas personas preparaban el escenario donde los líderes de los sindicatos mayoritarios (CCOO y UGT) realizarían sus parlamentos, la policía autonómica desalojó el banco y el operativo resultó en numerosos heridos y detenidos. Otra vez los medios de comunicación (re)produjeron incesantemente la diferencia entre los sindicatos oficialistas «políticamente correctos» y los «varios cientos de personas, todas ellas al margen de los sindicatos UGT y CCOO, [que] se concentraron frente a ese edificio». También se informó que «al final, la convocatoria reunió a un heterogéneo grupo de más de 2.000 personas entre las que había antisistema y miembros de los sindicatos CNT y CGT»10. Estas dos maneras de visibilizar la lucha obrera ponían sin embargo de relieve la creciente ruptura entre reformistas y radicales. La diferencia entre los perfiles de ambas marchas reflejaba una ruptura de estrategia política, pero también generacional. La ruptura entre sindicatos institucionalizados y movimientos independentistas y anarquistas constituye, de facto, una ruptura entre adultos no precarizados y jóvenes precarizados, escisión que se hizo patente en las plazas españolas durante la primavera del año siguiente.

Cronotopo 5: historias perdidas del movimiento de los indignados (2011). 16 de mayo de 2011, hora de cenar. En Barcelona, un grupo de jóvenes decide acampar en la Plaza Catalunya en solidaridad con la decena de personas desalojadas violentamente por la policía la noche anterior en Madrid, después de una masiva manifestación de indignación popular. Esa plaza, un espacio urbano «no resuelto» en el proyecto del urbanista Ildefons Cerdà en el siglo XIX, constituye hoy en día uno de los escenarios principales de las celebraciones de los últimos títulos obtenidos por el FC Barcelona, las fiestas de fin de año, conciertos musicales; es también punto de encuentro para locales, turistas, parejas, familias... e «indignados». Visitamos la plaza el 22 de mayo de 2011, cuando se celebraban comicios electorales municipales y autonómicos en gran parte de España. El ambiente era relajado y festivo. De hecho, la clasificación de la mayor parte de los acampados no se ajustaría a la etiqueta «antisistema» o perroflautas, adjetivos peyorativamente usados por diferentes sectores de la derecha (y la socialdemocracia oficial) catalana y española. Eran, sobre todo, jóvenes de clase media urbana aliados con jubilados, muchos de estos últimos activistas de la resistencia antifascista durante la dictadura de Francisco Franco.

A pesar del enorme volumen de trabajos académicos producidos desde la emergencia del movimiento 15-M, dos de los factores que caracterizaron esa eclosión no han merecido la suficiente atención académica hasta la fecha. El primero de ellos es la participación de miles de «jóvenes independientes» –es decir, sin afiliación política ni sindical previa–, que antes del 15-M no habían mostrado interés alguno en la política: ciertamente, ellos fueron los grandes protagonistas del movimiento de los indignados. En este sentido, ¿podría ello ser representativo de la transformación de la generación «Ni-Ni» en agente político de cambio?11 El segundo factor explicativo clave sería la convergencia, en la plaza, de las dos maneras de entender las protestas previamente explicadas en este texto, si bien reformistas y radicales se divorciarían pocos días después del inicio de las movilizaciones: sus maneras de entender la protesta volvían a ser claramente divergentes, opuestas. De hecho, los discursos, gramáticas y prácticas radicales revolucionarias anticapitalistas de contestación política y social propuestos por marxistas, socialistas revolucionarios, libertarios y anarquistas fueron silenciados y marginalizados, y sus representantes, (auto)exiliados de la Plaza Catalunya. En este sentido, la invisibilidad de los movimientos tradicionales de clase podría ser vista como una doble estrategia del propio movimiento 15-M: por una parte, para evitar la tradicional estigmatización de los movimientos juveniles por parte de los medios de comunicación oficiales como «violentos» y «anarquistas» (nótese la asociación de carácter peyorativo, aunque del todo injusta, del término), y por otra parte, como una apuesta de los órganos dirigentes del 15-M para incluir a otros grupos sociales en el movimiento. Todo ello conduciría a calificar el 15-M como movimiento «políticamente correcto», como las carnavalescas manifestaciones contra la Guerra de Iraq en 2003.

Conclusiones

El análisis de los cinco eventos que se ha presentado en este texto permite establecer un recorrido de los activismos políticos juveniles en la Barcelona contemporánea para aportar una lectura cronotópica sobre el creciente desencuentro entre culturas políticas juveniles diferentes. Tal y como ha sido detallado en este artículo, ese desencuentro ha conllevado como resultado final la criminalización de las formas de oposición radical de los movimientos y su expulsión del centro urbano. De alguna manera, esa criminalización lenta pero constante, que produce una ruptura en los movimientos de contestación y cuyos eventos cronotópicos claves son la lucha contra el Plan Bolonia y la huelga general del 29 de setiembre de 2010, influyó de manera significativa en las gramáticas y en las semánticas que adquirió el posterior movimiento de los indignados de 2011, en el que se percibe la elocuente ausencia de los anarcosindicalistas, marxistas, libertarios, independentistas altercapitalistas y otros activistas combativos de izquierdas.

De ahí que podamos entender la ocupación de los espacios centrales de la ciudad como momentos cronotópicos en los cuales quedan «suspendidas» las coordenadas espacio-temporales que definen las funciones establecidas por el orden político, social y económico de la ciudad capitalista posindustrial. Siguiendo al geógrafo norteamericano David Harvey, puede sugerirse que las plazas centrales simbólicas de la ciudad posindustrial aparecen como escenarios de imposición de un orden hegemónico que es contestado en esos mismos lugares12. Es el caso de los jóvenes desesperanzados del 15-M que, a pesar de las escasas experiencias de participación político-social que presentaba la gran mayoría, aportaron grandes dosis de ilusión acerca de la instauración de una muy novedosa (en España) democracia participativa (y performativa). Por eso cabe enmarcar tal propuesta de transformación en un «ritual de iniciación», en el cual la emoción y la participación comparten espacio y tiempo en las calles. La street politics se erige como escenario donde los hasta entonces cuerpos pasivos (despolitizados) se transforman en nuevos cuerpos activos (repolitizados), coordinados para la consecución de unos objetivos colectivos. Cuando los manifestantes toman las calles centrales de la ciudad, conforman un espacio social en donde las diferencias son representadas, simbolizadas y teatralizadas, a la vez que las diferentes afiliaciones sociopolíticas son visibilizadas, espacializadas y (re)producidas de manera unísona13. Mientras que las protestas de los jóvenes manifestantes revolucionarios altercapitalistas son reprimidas violentamente por las fuerzas de seguridad del Estado, las que son llevadas a cabo por los reformistas utópicos son toleradas. El carácter performativo, ritualizado y aun algo carnavalesco de las protestas permite que incluso sean institucionalmente legitimizadas (y apoyadas), con el fin político de salvaguardar el orden establecido.

  • 1. Como señalan Manuel Castells y Loïc Wacquant, el término «altercapitalista» es la denominación utilizada por los propios grupos para dotarse de un sentido positivo y evitar, al mismo tiempo, la etiqueta «anticapitalista», utilizada como estigma en los medios de comunicación. M. Castells: «Crisis y sistema» en La Vanguardia, 30/7/2011; L. Wacquant: «The Militarization of Urban Marginality: Lessons from the Brazilian Metropolis» en International Political Sociology vol. 2 No 1, 2008, p. 56-74.
  • 2. Para una aproximación en profundidad a las causas sociales y económicas del aumento de la protesta política en España, v. C. Feixa y J. Nofre (eds.): #Generación Indignada. Topías y utopías del 15m, Milenio, Lleida, 2013. Sobre la aparición del precariado en España, v. C. Feixa, J. Nofre y J. Sánchez García: «Lost Histories and Hidden Stories: Divergences and Cleavages of Youth Political Activism in Contemporary Spain», en prensa.
  • 3. Los cronotopos refieren a un entrecruzamiento de la temporalidad y la espacialidad; en este caso, se trata de acontecimientos emblemáticos que condensan los espacios y los tiempos de una sociedad determinada. La información referente a los acontecimientos cronotópicos recogida en este texto proviene de diferentes fuentes, bien sea fruto de la observación participante –e incluso militante– de los autores, de entrevistas informales a miembros de los diferentes sectores involucrados en las protestas, de documentos en formato papel o digital de los grupos activistas protagonistas de las protestas y, finalmente, de noticias aparecidas en los principales rotativos locales y nacionales.
  • 4. Ver Jeffrey Juris: «Violencia representada e imaginada. Jóvenes activistas, el Black Bloc y los medios de comunicación en Génova» en C. Feixa y Francisco Ferrándiz (eds.): Jóvenes sin tregua. Culturas y políticas de la violencia, Anthropos, Barcelona, 2005, pp. 185-208.
  • 5. El uso de la etiqueta «anarquista» con cargas peyorativas asociada a manifestantes altersistema se puede seguir prácticamente en la mayoría de los conflictos actuales, desde Grecia hasta México, pasando por España, Portugal, Italia… Así, se ha convertido en un referente discursivo habitual para intentar deslegitimar una enorme variedad de movimientos de protesta social.
  • 6. Esto recuerda los rituales pseudoinsurreccionales de los swazi africanos analizados por Max Gluckman, en los que el rey era simbólicamente depuesto para asegurar la continuidad del sistema político, en M. Gluckman: Rituals of Rebellion in South-East Africa, Manchester University Press, Manchester, 1954.
  • 7. José J. Brunner: «Prólogo» en Luis Enrique Alonso et al.: El debate sobre las competencias. Una investigación cualitativa en torno a la educación superior y el mercado de trabajo en España, Aneca, Madrid, 2009, disponible en: www.aneca.es/var/media/148145/publi_competencias_090303.pdf.
  • 8. V. el sitio web Tancada a la Central, http://tancadaalacentral.wordpress.com. La página gubernamental www.queesbolonia.es (fecha de consulta: diciembre de 2013) fue cerrada con la llegada al gobierno del pp y el traspaso de la política universitaria al Ministerio de Economía e Industria a principios de año.
  • 9. «Seis detenidos y 21 heridos tras el desalojo de la Universidad de Barcelona contra el Plan Bolonia» en rtv.es, 18/3/2009, www.rtve.es/noticias/20090318/seis-detenidos-21-heridos-tras-desalojo-universidad-barcelona-contra-plan-bolonia/249300.shtml.
  • 10. «700 antisistema convierten en un campo de batalla el centro de Barcelona» en El Periódico, 30/9/2010.
  • 11. Lo mismo podría observarse en lo que se conoce mediáticamente como «primavera árabe». Lo que en años anteriores era una generación juvenil despolitizada –en términos generales– se tornó muy activa y se convirtió en un agente de cambio político, tanto en Túnez como en El Cairo o Sana. Precisamente, fue la presencia en la calle de centenas de miles de jóvenes sin afiliación política, activista o sindical lo que provocó la caída de las dictaduras en Túnez, Yemen y Egipto. Ver Atiaf Zaid Alwazir: «Youth Inclusion in Yemen: A Necessary Element for Success of Political Transition» en Arab Reform Initiative. Arab Reform Brief No 64, 12/2012; y J. Sánchez García: «La ‘revolución’ contra los jóvenes: Movimientos políticos juveniles y producciones discursivas en la insurrección egipcia», ponencia presentada en el seminario «No somos antisistema, el sistema es antinosotros», Tijuana, El Colegio de la Frontera Norte, noviembre de 2013.
  • 12. V. en especial el capítulo «El arte de la renta» en D. Harvey: Ciudades rebeldes. Del derecho a la ciudad a la revolución urbana [2012], Akal, Madrid, 2013.
  • 13. Ver J. Sánchez García: «Tahrir y la cultura del rechazo: contraculturas y revolución en Egipto» en C. Feixa y J. Nofre: #Generación Indignada. Topías y utopías del 15m, cit.
En este artículo
Este artículo es copia fiel del publicado en la revista
ISSN: 0251-3552
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