Tema central
NUSO Nº 309 / Enero - Febrero 2024

Los no-lugares en la construcción de la modernidad Utopía, lo verosímil y lo posible

A partir del análisis de Utopía (1516) y de los mapas de la isla incluidos en sus primeras cuatro ediciones, es posible reflexionar sobre la producción textual y figurada del espacio en la primera modernidad. La acepción del neologismo como no-lugar, los mecanismos desarrollados por Tomás Moro y sus editores para crear un relato verosímil y las posibilidades abiertas por las ambigüedades y aparentes contradicciones de la obra permiten tomar distancia de nuestras convenciones sobre las formas de representar o imaginar el espacio.

Los no-lugares en la construcción de la modernidad  Utopía, lo verosímil y lo posible

De hecho, he descubierto, después de investigar el asunto, que Utopía está situada fuera de los límites del mundo conocido. Tal vez sea una de las Islas de la Fortuna, cercana a los Campos Elíseos. Como señala el mismo Moro, Hitlodeo no ha dicho exactamente dónde se encuentra. Carta de Guillermo Budé a Tomás Lupset1Es verdad, por supuesto, que el nombre de la isla no se encuentra en las cartas de cosmógrafos, pero el mismo Hitlodeo tenía una respuesta elegante para ello. Decía que, o bien el nombre que le habían asignado los antiguos a la isla fue cambiado más tarde, o bien nadie la había descubierto. En nuestrosdías se descubren toda clase de tierras que los viejos geógrafos nunca mencionaron.
Carta a Jerónimo de Busleyden de Pedro Giles2

Lugares y no-lugares en la primera modernidad

En las primeras cuatro ediciones de Utopía, publicadas entre 1516 y 1519, la obra incluyó un conjunto de paratextos (un poema y alfabeto utópicos, un mapa de la isla de Utopía y una serie de cartas de reconocidos humanistas referidas a la isla) cuyo objetivo era doble3. Por un lado, su presencia tenía por finalidad «autenticar» la obra de Tomás Moro ofreciendo pruebas verosímiles de la existencia de la isla: el mapa, el poema y el alfabeto de Utopía validaban lo narrado por el personaje de Rafael Hitlodeo. A la vez, las cartas reforzaban la ambigüedad del relato, al asociar la isla ficticia con espacios imaginarios heredados de la Antigüedad clásica pero también fundamentar su ausencia en los mapas del periodo. Si en una de las cartas incluidas como paratexto Guillermo Budé ubicaba la isla «fuera de los límites del mundo conocido» y la comparaba con las míticas islas Afortunadas, en otra Pedro Giles justificaba la inexistencia de Utopía en los mapas contemporáneos por dos sucesos concomitantes: el constante descubrimiento de nuevas islas (y de masas continentales aún mayores, tales como el Nuevo Mundo), por un lado, y la posible superposición de sus nombres con aquellos otorgados en siglos anteriores, por el otro4. En este contexto se inscribieron los dos libros que conforman Utopía. En el libro primero, el encuentro del navegante portugués Rafael Hitlodeo con Moro, que había arribado a la región de Flandes en misión diplomática, da lugar a una conversación sobre la justicia, la pobreza y las transformaciones económicas de la Inglaterra de aquel entonces. En el libro segundo, en cambio, Hitlodeo describe el feliz gobierno y costumbres de los habitantes de la isla de Utopía, a la que dice haber arribado tras dejar a la comitiva de Américo Vespucio en el Nuevo Mundo. 

En función de estas coordenadas, es posible decir que tal como se la presentó en la editio princeps, Utopía expresaba la condición de toda tierra incógnita o tierra por conocer (terra nondum cognita) en la primera modernidad. Según ha señalado Carla Lois en relación con el estatus cartográfico de lo desconocido en los siglos xvi y xvii, las terrae incognitae no solo desafiaron a geógrafos y humanistas a «imaginar un nuevo objeto geográfico», sino que, en la medida en que lo incierto movilizó la producción de saberes, las tierras desconocidas fueron «el fundamento mismo del saber geográfico»5. A la vez, por sus características, sostiene Lois, toda terra incognita resultaba «una bisagra entre lo imaginable y lo impensable»6. Por su parte, Alfred Hiatt ha hecho especial hincapié en el hiato entre lo certero y lo posible que la categoría de tierra nondum cognita (aún desconocida) abrió en el contexto de la expansión transoceánica europea7. Aunque la comparación sea forzada, pues todos sabemos que Utopía es el topónimo de una ficción literaria y no una tierra incógnita, resulta evidente que los planteos políticos de la obra y el neologismo en su acepción de no-lugar (ou-topia) también la ubican en la intersección de lo verosímil y lo (im)posible. 

A partir de una serie de recursos literarios y visuales, Utopía fue presentada ante sus lectores como una isla dentro de la categoría de terrae nondum cognitae y, por lo tanto, por descubrir. Esta singular cualidad de ser y no ser, pues la famosa isla solo «existe» en el mapa o plano8, será objeto de reflexión en este texto. En efecto, lejos de abordar la fundación del género o paradigma utópicos en relación con las interpretaciones literarias o político-filosóficas que se han hecho de la obra de Moro, este artículo se detiene en una serie de cuestiones cartográficas y de orden epistemológico vinculadas a la representación del espacio que evocan tanto el término «utopía» cuanto las ambigüedades intrínsecas al libellus vere aureus. Para ello, en los siguientes apartados se abordará el contexto cultural en el que Moro creó el neologismo; el poder representacional del mapa y su carácter no mimético; y la importancia de la ficción y los lugares otros como espacios de reflexión.

Entre la imaginación cartográfica y la experiencia de navegación

Las referencias geográficas presentes en Utopía (los topónimos, itinerarios, nombres de personajes célebres y referencias a experiencias concretas de navegación, así como la teoría de las zonas climáticas, etc.) evidencian que su publicación fue una consecuencia más del proceso de expansión ultramarina iniciado por las coronas ibéricas a mediados del siglo xv. Entre otros indicios de un «por afuera del texto», cabe señalar que el encuentro de la comitiva de Moro con Rafael Hitlodeo, testigo de la vida en Utopía, se produce en Amberes, epicentro del comercio mundial en aquella época. A la vez, el navegante se presenta ante ellos como uno de los 24 compañeros de Américo Vespucio que, en el último de sus viajes al Nuevo Mundo, había decidido permanecer en él9. Además de estas referencias explícitas, que hacen del neologismo y de la obra un producto de la primera modernidad europea, el texto de Moro encarna el impacto que supuso en la representación del mundo conocido la constatación de que la ecúmene o tierra habitada era mayor de lo que el saber clásico había supuesto. En términos de Hiatt, «la Utopía de Moro comprendió mejor que cualquier otra obra del periodo las oportunidades que la idea del pasaje a nuevos mundos ofrecía para la disrupción creativa de viejos modos de representación espacial»10.

La disrupción creativa a la que se refiere Hiatt no es otra que el deliberado juego en el que incurre Moro al otorgar una doble acepción al topónimo de la isla. Según se leyera el neologismo, ou-topia era el lugar que no existe o el lugar de la felicidad (eu-topia). Interesa aquí la primera de las acepciones mencionadas, pues la noción de no-lugar o lugar inexistente tiene su origen en tres procesos concomitantes que el propio Moro pareciera poner de relieve en la obra. En primer lugar, Utopía en su condición de no-lugar es un efecto de la tensión entre el saber clásico y la experiencia moderna. Moro y los humanistas del norte de Europa que participaron en la edición de la obra con paratextos o como personajes eran cultores del pensamiento clásico, que habían recuperado y traducido en el contexto del llamado Renacimiento. Si Moro se refiere abiertamente a la República de Platón mientras emula el modelo y tono del Relato verídico de Luciano de Samosata (siglo ii d.C.), confronta aquellos saberes con las noticias de un mundo «jamás descripto por los Antiguos». Utopía se ubica, entonces, en los límites de ambos mundos. En segundo lugar (y en relación estrecha con este último punto), en la medida en que Utopía se ampara en la transformación de la imagen del mundo que provocaron las navegaciones transoceánicas de españoles y portugueses, el no-lugar propuesto por Moro se inscribe en la intersección del Nuevo y el Viejo Mundo. Por último, al dejar en evidencia las convenciones detrás de toda representación cartográfica, Utopía en su acepción de no-lugar y el mapa que se incluyó en las primeras ediciones de la obra irrumpieron creativamente en el vínculo entre imaginarios geográficos y experiencia de navegación. 

En relación con lo planteado hasta aquí, resta señalar que Utopía también pareciera haber encarnado una epistemología del descubrimiento propia de la primera modernidad. En las primeras décadas de expansión, fueron las islas las que salvaron la distancia entre lo conocido y lo desconocido o entre el mundo explorado y el mundo por explorar. Madeira, Cabo Verde, Azores y Canarias, entre otras, articularon el acceso a nuevos mundos en la medida en que constituyeron puntos de recalada necesarios para las navegaciones de larga distancia. La dinámica que adoptó el descubrimiento europeo del mundo (i.e., la apertura hacia nuevos espacios a partir del hallazgo de archipiélagos o islas) hizo de la insularidad un modelo de pensamiento cuya incidencia también se tradujo en nuevos géneros y formatos. Además del auge del islario o libro de islas que se constata en este periodo, «la forma de la tierra influy[ó] sobre aquella de la literatura», por lo que, según ha señalado Frank Lestringant, la aparición de un texto como Utopía en un momento en que fue a través de islas como se avanzó en el descubrimiento del mundo no debe interpretarse como un acontecimiento fortuito11.

El mapa como lugar y no-lugar 

Conviene detenerse ahora en los dos mapas de la isla de Utopía que fueron incluidos en las primeras cuatro ediciones del relato (figuras 1 y 2)12. Al igual que las cartas que funcionaron como paratexto, la presencia de cada uno de ellos en relación con el significado de la isla de Utopía (en su acepción de no-lugar) cumple una doble función en la obra. Por un lado, el mapa otorga credibilidad a lo narrado, pues, en palabras de Gilles A. Tiberghien, es tal su autoridad que, «para la mayoría, su traza alcanza para autentificar la existencia de la localidad, el país, la isla que allí figuren»13. Jean-Marc Besse refuerza este punto al sostener que, en la literatura, la inclusión de mapas cumple una función legitimadora ya que permite anclar el relato en una realidad externa al texto14. La carta de la isla de Utopía evidencia la intención de Moro, sus amigos y editores de producir un relato de viaje tan verosímil como cualquiera de los que circulaban en los principales centros comerciales y editoriales europeos en la primera mitad del siglo xvi. Avezados en griego, sus primeros lectores −los humanistas− bien habían comprendido el sinsentido del neologismo, así como del resto de los topónimos de la isla (el río Anhidro o sin agua; Amauroto o la ciudad invisible, etc.) que, junto con el mapa, no hacían más que acrecentar las contradicciones: Utopía existía, pero solo en el libro y mapa impresos15

Ahora bien, además de incidir en la interpretación del texto, el mapa de Utopía invita a reflexionar sobre los mecanismos de producción de espacios textuales y figurados. En relación con estos últimos, haya sido intencionadamente o no, la decisión de incluir un mapa de una isla inexistente por parte de Moro y sus editores deja al descubierto el carácter no mimético del mapa y, en consecuencia, las convenciones sociales que rigen toda imagen cartográfica. Al respecto, conviene retomar las observaciones de Christian Jacob en relación con la autoridad del mapa y su poder performativo. Jacob sostiene que, por haber sido dibujados con los mismos códigos semiológicos utilizados para los mapas de tierras reales, los mapas imaginarios evidencian con mayor claridad tanto el carácter no mimético de todo mapa cuanto los mecanismos de autoridad que nos hacen creer en ellos16. Los criterios de verosimilitud cartográfica no radican, pues, en la «correcta» representación gráfica de un espacio que está por fuera de la hoja de papel (o cualquier otro soporte), sino en las convenciones y normas que permiten interpretar un conjunto de puntos y líneas sobre una superficie plana como algo más de lo que son. Ante la imposibilidad de toda verificación empírica, señala Jacob, el mapa descansa sobre un consenso colectivo y sobre una adhesión individual que le dan validez17

En el caso de Utopía, merece nuestra atención una última observación. Como todo mapa, la carta incluida tiene un carácter performativo, pues permite acceder a un espacio a partir de la imagen que se propone de él. Tal como fue señalado en el párrafo precedente, la isla de Utopía no existe fuera del mapa pero, en tanto ese mapa existe, es posible imaginarla (pensar en ella). A la vez, la presencia del mapa en el libro-objeto produce un efecto de realidad pues, ante el lector, y como sucede con todo mapa, la única forma de acceder a ese espacio otro es a través de la carta que representa su ausencia y, por lo tanto, la sustituye.

Las antípodas como espacio de reflexión

Resta indagar las posibilidades que la ficción y, en particular, los lugares otros brindan como espacios de reflexión. En su reciente estudio sobre la inclusión de mapas en obras literarias, Roger Chartier precisó que, debido a las deliberadas incongruencias entre la descripción textual de la isla de Utopía y su imagen cartográfica, los dos mapas que acompañaron las ediciones de 1516 y 1518 hacían evidente el carácter lúdico de la obra, al tiempo que invitaban a suspender toda credibilidad respecto de su contenido18. En definitiva, el mapa de Utopía exacerbaba la paradoja de todo el relato, pues figuraba en una superficie de papel un lugar inexistente. La suspensión de todo juicio generada por la presencia de un mapa de un no-lugar se complementaba con la ubicación de la isla en las antípodas del mundo conocido19. Emplazada en «algún lugar del Nuevo Mundo», por sus costumbres y modos de vida, Utopía era el reverso de la Inglaterra de Enrique viii. Ahora bien, no solo se trataba de hacer que una isla (Utopía) espejara a otra (Inglaterra), sino que la elección de las antípodas como lugar otro respondía a criterios específicos. En principio, solo era posible situar la mejor forma de organización de una comunidad política en un lugar desconectado y sin incidencia directa en el mundo propio20. Por ello, en la ficción de Moro, las antípodas funcionan como un espacio con una temporalidad paralela donde el contacto entre uno y otro mundo solo se produce por la intervención del viajero. Hitlodeo es testigo del perfecto funcionamiento de Utopía (y, al mostrarlo apuntando a la isla, esto es lo que el mapa de 1518 demuestra), pero solo puede dar cuenta de ello en la medida en que el viaje se completa y él regresa a su sociedad de origen. En este sentido, Utopía se ajusta al esquema de todo relato de viaje21

Por el amparo brindado para la crítica social que otorgaban la distancia y la inconexión de mundos, la elección de las antípodas como lugares otros o heterotopías tuvo continuidad en los relatos de viaje imaginarios editados en los siglos siguientes22. Tanto la Histoire du grand et admirable royaume d’Antangil [Historia del gran y admirable reino de Antangil], publicada anónimamente en 1616, cuanto La Terre australe connue [La Tierra Austral conocida], de Gabriel de Foigny (1676), la Histoire des Sévarambes [Historia de los sevarambios] (1677-1679), de Denis Veiras, y Voyages et aventures de Jacques Massé [Viajes y aventuras de Jacques Massé] (1710), de Simon Tyssot de Patot, emplazaron sus sociedades perfectas en la imaginaria Terra Australis incognita. Desde la Antigüedad clásica (siglo v a.C.), por una serie de teorías vinculadas a la simetría del orbe terrestre y las proporciones de tierra y agua que cubrían el mundo, se creía que debía existir en el hemisferio sur una masa continental (habitada) de las mismas dimensiones que aquella situada en el hemisferio norte23. Una vez franqueada la línea equinoccial e iniciada la expansión ultramarina europea, el posible hallazgo de una supuesta Terra Australis devino una motivación para la mayoría de las expediciones emprendidas a los mares australes. Solo a fines del siglo xviii, durante el segundo viaje de circunnavegación de James Cook (1772-1775), se descartó su existencia24.

A la vez, el finis terrae como espacio para la reflexión y el imaginario también se extendió a los confines del hemisferio norte. La anónima Histoire de Caléjava (1700) y la menos utópica La vie, les avantures et le voyage de Groenland du révérend père cordelier Pierre de Mésange. Avec un Relation bien circonstanciée de l’origine, de l’histoire, des mœurs, et du Paradis des Habitants du Pole Arctique [La vida, las aventuras y el viaje de Groenlandia del reverendo padre franciscano Pierre de Mésange. Con un relato detallado del origen, la historia, las costumbres y el Paraíso de los habitantes del Polo Ártico] (1720), de Simon Tyssot de Patot, se ubicaron en las proximidades del círculo boreal ártico, que por entonces auguraba el hallazgo de un pasaje noreste o noroeste navegable que permitiera acceder a la especiería de Lejano Oriente. En todas estas obras, las sociedades ideales descriptas actuaron como un espejo o reverso de las sociedades de origen de sus autores, signadas por la violencia interconfesional, la persecución política y la intolerancia religiosa. Exiliados de Francia por motivos religiosos o políticos y no necesariamente reconocidos en la República de las Letras, escritores como Foigny, Veiras y Tyssot de Patot ofrecieron a lectores ávidos de observar con ojos extrañados sus propias costumbres el hermafroditismo de los razonables australianos, el culto al sol y la tolerancia de los sevarambios y la religión natural de los habitantes del reino de Rufsal, en los extremos septentrionales del mundo.

  • 1.

    Tomás Moro: Utopía, traducción, notas e introducción de José Luis Galimidi, Colihue, Buenos Aires, 2014, p. 10.

  • 2.

    Ibíd., p. 19.

  • 3.

    Bajo el título completo de De optimo Reipublicae Statu deque nova insula Utopia libellus vere aureus, nec minus salutaris quam festivus y la estricta supervisión de Erasmo de Rotterdam, Utopía se publicó por primera vez in quarto en la ciudad de Lovaina en 1516. A esta edición de Thierry Martens le siguieron las de París, en 1517, y Basilea, en marzo y noviembre de 1518. Sobre los paratextos incluidos en estas cuatro ediciones, v. Carlo Ginzburg: No Island is an Island: Four Glances at English Literature in a World Perspective, Columbia UP, Nueva York, 2000, p. 7 [Hay edición en español: Ninguna isla es una isla. Cuatro miradas sobre literatura inglesa, Prometeo, Buenos Aires, 2022]. Una definición del término y sus alcances puede hallarse en Gérard Genette: Paratexts: Thresholds of Interpretation, Cambridge UP, Nueva York, 1997.

  • 4.

    Ambos fenómenos han sido constatados como propios del periodo inicial de expansión transoceánica europea, desarrollada por las coronas ibéricas desde mediados del siglo xv y hasta finales del siglo siguiente.

  • 5.

    C. Lois: Terrae incognitae. Modos de pensar y mapear geografías desconocidas, Eudeba, Buenos Aires, 2018, pp. 10-11.

  • 6.

    Ibíd., p. 33.

  • 7.

    A. Hiatt: Terra Incognita: Mapping the Antipodes before 1600, The British Library, Londres, 2008, p. 213.

  • 8.

    Jean-Marc Besse: «Cartographic Fiction» en Anders Engberg-Pedersen (ed.): Literature and Cartography: Theories, Histories, Genres, The MIT Press, Cambridge-Londres, 2017, p. 28.

  • 9.

    C. Martínez: «El impacto del Nuevo Mundo en la invención de Utopía de Tomás Moro» en Nómadas No 47, 2017.

  • 10.

    A. Hiatt: ob. cit., p. 214, mi traducción.

  • 11.

    F. Lestringant: Le livre des îles. Atlas et récits insulaires de la Genèse à Jules Verne, Droz, Ginebra, 2002, p. 32.

  • 12.

    Sobre la inclusión de mapas de Utopía en las ediciones de la obra posteriores a 1518, v. Roger Chartier: Cartes et fictions (XVIE–XVIIIE siècle), Collège de France, París, 2022, p. 60. Para un análisis detallado de los mapas de Utopía y el realizado por Abraham Ortelius hacia 1595, v. C. Martínez: «Cartografías de utopía, o cómo leer un mapa de un no-lugar en la modernidad temprana» en Letras No 83, 1-6/2001.

  • 13.

    G.A. Tiberghien: «Cartes imaginaires et forgeries» en J.-M. Besse y G.A. Tiberghien: Opérations cartographiques, Actes Sud-ENSP, París, 2017, p. 291.

  • 14.

    J.-M. Besse: «Cartographic Fiction», cit., p. 27.

  • 15.

    Este punto en particular ha sido desarrollado por J.-M. Besse en «Cartographic Fiction», cit., y Louis Marin en Utopique: jeux d’espaces, Les Éditions de Minuit, París, 1973, p. 98. Al respecto, este último sostiene que justamente por ser un producto textual, las contradicciones en Utopía son posibles.

  • 16.

    C. Jacob: L’empire des cartes. Approche théorique de la cartographie à travers l’histoire, Albin Michel, París, 1992, p. 350.

  • 17.

    Ibíd., pp. 350-351.

  • 18.

    R. Chartier: ob. cit., p. 63.

  • 19.

    G.A. Tiberghien: Finis Terrae. Imaginaires et imaginations cartographiques, Bayard, París, 2020, pp. 51-56. Sobre las antípodas, v. tb. Avan Judd Stallard: Antipodes: In Search of the Southern Continent, Monash UP, Victoria, 2016.

  • 20.

    A. Hiatt: ob. cit., p. 215.

  • 21.

    L. Marin: ob. cit., pp. 64-65.

  • 22.

    Para una definición de las nociones de utopía y heterotopía y de lo que tienen en común, v. Michel Foucault: «Des espaces autres» en Empan vol. 54 No 2, 2004. Según Foucault, ambas comparten el efecto espejo.

  • 23.

    G.A. Tiberghien: ob. cit., pp. 52-53.

  • 24.

    C. Martínez: Mundos perfectos y extraños en los confines del Orbis Terrrarum. Utopía y expansión ultramarina en la modernidad temprana (siglos XVI-XVIII), Miño y Dávila, Buenos Aires, 2019, pp. 225-237.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 309, Enero - Febrero 2024, ISSN: 0251-3552


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